GALLOS Y HUESOS – ROOSTERS AND BONES
From Argentina comes this sequence of songs for five female voices and a baritone, and harp. The composer is Pablo Ortiz and the poems are by Sergio Chejfec.
The poet writes: “The scene that the poems describe is marked by repetition: the meal in solitude, chewing the meat and gnawing the bones, to leave the bones in the sink in the kitchen, and permanent allusions to the physical and moral virtues of fighting roosters, and to the scenery and ambiance of the pits, obviously death. One of the points into which the poems delve is the morphology of the rooster. Do they have a back? What is neck and what is head? The text suggests that it has arms and not wings. The poems are organized as variations on leitmotifs.”
And the composer writes: “It is, at the very least, original, in terms of subject matter! I find that the almost obsessive, repetitive quality of the poems brings about different grey tonalities, with more or less luminescence (the harp, the high voices) and the occasional opaque moment.”
Pablo Ortiz is Ars Nova’s composer in residence for the 2012-13 season. Gallos y huesos will be recorded in February to complete a CD of his music begun last year with his Notker and Five Motets. He is Professor of Music at the University of California at Davis, and a specialist on the tango – as some of his music reveals.
Sergio Chejfec lives in New York City and his novels have been compared to the work of German writer W. G. Sebald. You can read more about him here.
Gallos y huesos
Si cuando cae la noche en la cocina Alguien se inclina A mirar la pileta, verá Que los huesos de gallo Son mucho menos blancos. El motivo es que no quedan limpios Marcados para siempre Por la carne Turbia que los rodeó Mientras el animal estuvo en pie O hasta más tarde Cuando uno Servido o no de instrumentos Desgarró la carne Y puso el hueso Del gallo al descubierto.
Comparados con los de vaca o de cordero Los huesos de gallo son aves De la oscuridad Encubiertas y silentes De inmóvil astucia Inyectada en los ojos que sostienen Un brillo escaso, nebuloso y opaco. Al ver los huesos en desorden Como un amasijo de restos Uno piensa en la voracidad La misma ferocidad del gallo Mientras sus ojos afilados No apartan la mirada Y juran algo Un destino de descanso A ser obedecido Cuando alguno de los dos Al final cumpla La promesa de aniquilación.
Cuando alguien con menor O superior cansancio vierta Los platos en la pileta Quedarán las sobras Del asado, del cordero De las costillas o brazos del gallo Que cada noche irradian Su lustre opaco Y apenas fulgurante Un poco desparejo, porque Los huesos de gallo tienden A oscurecer entre los blancos Y más fuertes de vacas Y otros animales inmolados.
Ciertas noches de luz en la ventana Se ven latir los huesos Tornasolando ajenos A la circunstancia Como almas Animadas apenas por un sueño liviano Son los restos dejados Desde tiempo atrás en la pileta Con desgano, sin atención ni fuerza.
Considerando el tamaño del mundo Los gallos serán siempre Animales pequeños Pero cuando el gallo espera Sobre el plato Con los huesos ocultos Antes de entregar su carne turbia Que sabe a presa silvestre Que raspa las encías Ese animal ha perdido el coraje E hizo del tamaño, su rastro Una cuestión menor, de vana Trascendencia, un recuerdo afable Que ignora Si los hechos ocurrieron Antes o después De aparecer como recuerdo.
Gallos
Quien ha visto la espalda Triangular del gallo Y el cuello prolongado Que se convierte en pecho No imagina sus huesos Mezclados y en reposo A lo largo de años A la espera de la luz Que por la noche los distinga De los otros congregados En la pileta De vaca o de cordero
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Huesos
Quien cada día Ha comido su alimento Y apartado los huesos Probablemente sin saber, Quien ha comido el alimento Cada día, apartando los huesos Sin recuerdo del gallo O de otro animal Probablemente sin saber Recibe, como un golpe repentino La sorpresa Cuando observa el osario Que duerme en la cocina, el seno De la pileta como un pozo De hondura imprecisa Y siluetas sin formas Señalado apenas por la luna
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Gallos
Nadie era capaz de imaginar Los huesos mezclados En el revoltijo Tampoco el que ha comido podía ver Desde la talanquera El futuro que esperaba al gallo Aunque los ojos lívidos Ya estuvieran acostados Trazando la diagonal, dos puntos De brillo parejo Como marcas de un lápiz similar Sobre la hoja blanca
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Huesos
Quien ha visto el cogote Del gallo devenido en hueso Después de conocerlo erguido O palpitante No va a creer Cuando lo encuentre roto Y desarmado En eslabones sueltos A medias escondidos Entre huesos mayores Y más blancos que duermen La siesta de los osarios. A veces, al comer el gallo Uno cree que algo sólido Se clava en la encía Firme como un nuevo diente Buscando su lugar Al principio considera Que es cuello, por ejemplo Una vértebra hundida En la boca insaciable Cuando en realidad es El recuerdo de la espuela Que sin estar sigue cortando
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Gallos
El vacío del plato Y la espera de los huesos Recuerdan el silencio Del gallo Cuando piensa y no sufre Concentrado en sus cosas En la oscuridad Sin hambre Mirando firme Listo para cumplir el juramento De supresión Lanzado desde tiempo atrás. Sin embargo Nunca sabremos lo que piensa El gallo, cuando sumido En su propia inquietud El animal prohíbe ser mirado A los ojos No hace movimientos Precisa que salgamos De su vista, dejándolo En paz para pensar O lo que sea
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Huesos
Alguien que sostiene el borde Del plato en la pileta Y ve los huesos En uno y otro lado, los angostos Apenas, o los anchos Ondulados Como una planicie De quieto declive Recuerda el gusto de esa carne Y la confusión repentina Cuando no supo si era gallo Cuerpo, vaca, en todo caso La antesala, el hueso blando Que se convierte en osamenta Al dejar de comer
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Gallos
El gallo es de esos animales Cuyos cuerpos descubren La forma cierta de sus huesos. Cuando vemos su cola Demasiado emplumada Como una flor enhiesta O como un duro chorro líquido Vemos también la espalda Inclinada y su vértice Por donde asoma Tímidamente la prominencia. Muchas veces se piensa Que el cansancio del gallo Se parece Al cansancio de quien Siendo de noche Llega a la cocina arrastrando los pies Y vuelca en la pileta Los huesos tibios y roídos Sin indicios de carne Para que allí se amontonen y descansen
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Huesos
Sin embargo El cansancio del gallo No se vincula Con nada evidente Es previo al juramento y anterior A la tortura De no poder ver a nadie Sin enloquecer. Si en ese cuerpo hay un resto Se almacena callado Es en cada espolón donde Los gallos guardan la reserva Moral que sin embargo Les sirve de tan poco Al final terminan sin aliento Esa reserva Los derrumba mucho antes De la lucha, aunque algunos Se enteren siendo tarde Y otros no se enteren
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Gallos
Cuando se tiene la carne Turbia sobre el plato Uno sabe Que el hueso se esconde A la espera de algo duro Hierro o diente Que lo marque e ignore. Y cuando se deglute La carne correosa Uno siente que la boca Lucha con un cuerpo pesado No el propio, que siempre Padece y transporta Sino el gallo, todavía Mas pequeño De lo que ha sido Frente al mundo mientras Estuvo entero Ahora bajo la forma de bocado De insólito y creciente peso
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Huesos
A veces, cuando el gallo Para evolución De sus pensamientos Precisa la oscuridad más negra Que pueda lograrse Se distingue en la mitad Del aire, erguido En la noche El luminoso cuello estirado Del animal, brillando repentino Y a la vez nítido Como una mancha sorpresa. Si alguien medita En los soportes de esa larga Espalda, intuye Los huesos inertes, las vértebras Miniaturas de calaveras Convertidas en guijas, entre Piezas mayores, cuando Reposan juntas en el silencio Nocturno de la pileta
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Gallos
Antes de cerrar los ojos El gallo agita la cresta Por última vez Con un temblor ligero, apenas Visible para quienes observan Desde la talanquera Y que solo descubren Los compenetrados con la situación. Los ojos del gallo producen La famosa diagonal, el pico Hacia abajo Como un gran colmillo vencido Adosado al cráneo, impone Con su peso muerto La inclinación que tendrán los ojos. Comparada con la de vacas Y corderos La mirada del gallo es mucho Más desquiciada A veces uno se sorprende Mirando fijo a un gallo Y piensa en su escaso Tamaño, en su manía De penumbra y aislamiento En su ofuscación, desvelos Demasiado grandes Para el exiguo peso Y la poca Densidad de sus huesos
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Huesos
Años de acumular en la pileta Una masa revuelta De huesos que olvidaron Excepto los turbios La carne o animal donde antes Se escondieron. Quien contempla la osamenta Bajo la luz nocturna Y observa el tornasol que la recorre Como una mancha en fuga, sabe Que eso es el futuro Y supone Que los animales Incluidos los gallos En algún momento de la vida Habrán pensado Casi no hay ilusiones Para nuestros huesos. El silencio se adueñará de la cocina El osario abundará en reflejos Bajo la luz untuosa De la noche de estrellas Que se dibuja con un mismo lápiz
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Gallos
Hace falta una lengua Lejana para explicar La novedad del gallo Cuando en la arena se mantiene quieto Sin movimientos Mientras tan solo su cuello palpita. Pasará poco tiempo Hasta que los ojos tracen La diagonal, la raya Más corta e invisible Que termina en el piso Señalando el último deseo Del animal, su merecido Y débil anhelo Un capricho sin fuerzas. Es que la voluntad final vacila siempre El empeño es imperfecto Y confusa la espera: quién Cómo comprenderá al gallo En sus instantes postreros Para que el animal no sienta Que ha muerto con tiempo De sobra Sin que nadie lo espere Y a la vez con anticipación
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Huesos
Quien se detenga en la cocina A contemplar los huesos El montón De piezas blancas, grises De un color viscoso, u oxidadas Y de vario peso, tamaño, Forma y diferente densidad Verá las partes De los gallos muertos Luego comidos Al igual que las vacas, corderos Y otros animales inmolados Cada uno con su color distinto También, se supone Con su particular deseo Y pensará que los huesos Se han divorciado Sin dios que los vigile, ampare Y reconozca. Después vendrá El retrogusto de la carne Y el recuerdo del hueso Embistiendo las encías Como un gallo furioso
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Gallos
Pero a la larga El recuerdo es indistinto Lo precisa el gallo Es su aliento dirigido a olvidar El pozo de huesos Donde la espalda desarmada Se confunde con otras piezas rotas Y sus brazos abiertos Procuran rodear Sin éxito el amasijo Y en ese abrazo A falta de mejor señal Trazo, peso o recuerdo Recuperar la vida. Cuando es de noche en la cocina Y la claridad lunar Entra por la ventana Uno piensa en su alimento Tan antiguo y próximo En los restos apenas encendidos Por el fósforo Mostrando como un símbolo inútil La poca vida conservada
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Huesos
El animal se ha ido Ni el destello, ni el silencio Quedan en la casa Ni el pensamiento Más o menos desquiciado Que alguien intuía En la concentración del gallo En la dura fijeza De los ojos brillosos Y el cuerpo tieso. Decir que la osamenta Es prueba, o decir Que es resto devaluado Es subrayar lo evidente Algo más puede ser dicho Pero es poco, apenas La hipótesis de sobre vida Que precisa el gallo Para confiar en el recuerdo Como si otro ser Desde el fondo del amasijo O mezclado con la luz Nocturna, lo amparara Y le dijera: eres el mismo No hay diferencia Te reconozco Esa es tu marca
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Gallos
Cuando se mira al gallo Desde la talanquera El piso oscuro Donde tarde o temprano Apoyará la cabeza Con el cuello probablemente Quebrado, uno piensa Que la tierra del suelo Aguarda disponible Como una alfombra cuyo trazo Secreto, también gastado Alienta la lucha Luego el miedo o la alarma Y enseguida La caída de brazos El final o el abandono. Apenas toca el piso El gallo advierte Que el furor sube Se detiene en los espolones Y alcanza rápido los ojos Donde se concentra en la mirada Se hace letal Como sin alma Así perdura, ni se tolera A sí misma Hasta que la alfombra De nuevo la reciba Cuando se apague Y los ojos queden Dibujando el trazo diagonal
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Huesos
Quien ha visto la neblina Que sube de los huesos Deshacerse en sus colores De amarillo y blanco, Quien ha visto deshacerse El humo que sube de los huesos En sus colores de amarillo y blanco Percibe el alabastro De la luz nocturna Que alumbra El vapor antes contenido En fisuras y resquicios Cuando es liberado. En la cocina, la pileta Parece un cúmulo mortuorio La callada pira de huesos Humeando sin fuerzas También sorda, a la espera De la brisa que despeje Y anticipe el olvido. El adorado cuello Del gallo se presenta Entonces Como una interrupción menor Del tiempo inconmovible Del hueso Es pasado remoto Prueba sin marca Una pausa trivial De la mirada o de algún gesto Detenido Sin mayor consecuencia
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Gallos
Si alguien llega Cansado a la cocina Arrastrando los pies Sosteniendo a duras penas Las sobras Con los pocos huesos que han quedado De la última comida Y se asoma a la pileta Para volcar el plato Ese alguien de encías laceradas Por el roce de la carne Pensará en los nombres Ocultos de los gallos Unos nombres que con toda Probabilidad ignoraban Y sin embargo conocían. Porque uno presume Que el gallo entiende La palabra “yo” La palabra “el” En todo caso la palabra “no-yo” O la palabra “no-él” Y que al pronunciar El animal no habla, solo piensa En el acto que enseguida Le dará nombre a su cuerpo Un nombre anticipatorio Que adelanta la acción Ya superada una vez cumplida Y por lo tanto urgido El animal De conseguir otro nombre Que lo bautice Anuncie y justifique
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Huesos
Uno piensa frente a la pileta Que ese nombre ahora Es solamente “hueso” Y al contrario de lo ocurrido Durante la verdadera Vida pasada Lo seguirá siendo Aunque la luz cambie La noche termine O en algún momento Nuevos restos de gallo Dejen de acudir Al túmulo. Los gallos buscan Una posición permanente Para acechar y pensar No toleran su propia respiración Sueñan con sus mismos huesos Saben que la oscuridad Sería algo Aproximado a la nada Sin una ventana Por donde llegue la luna Y se entregan Al próximo pensamiento Como un reloj que av |
Roosters and Bones
If when night falls in the kitchen Someone leans over To look in the sink, he will see That the rooster’s bones Are much less white. The reason is that they don’t remain clean Marked forever By the dark Meat that surrounded them While the animal was walking Or until later When one Supplied or not with instruments Ripped the meat And left the rooster’s Bone out in the open.
Compared with those of a cow or a lamb The rooster’s bones are birds Of darkness Uncovered and silent They are of an inert shrewdness Injected into eyes that hold A limited shine, cloudy and opaque. Upon seeing the bones in disorder Like a jumble of leftovers One thinks of the voracity The very ferocity of the rooster While its sharpened eyes Hold their gaze And they swear something A destiny of rest To be obeyed When one of the two At last fulfills The promise of annihilation.
When someone less Or more weary dumps The dishes into the sink The leftovers will remain Of the roast, of the lamb Of the ribs or of the rooster’s wings Which radiate every night Their opaque luster And just barely brilliant A bit inconsistent, because The rooster’s bones tend To become dark among the white And stronger ones of cows And other sacrificed animals.
On certain bright nights one can see Through the windows the bones beating Iridescent alien To the circumstance Like souls Faintly inspired by a fickle dream They are the leftovers forgotten Some time ago in the sink Without appetite, without attention or strength.
Considering the size of the world Roosters will always be Small animals But when the rooster waits On the plate With its bones hidden Before handing over its dark meat Which tastes like wild prey Which scrapes the gums The animal has lost courage And it made of its size, its trace An inferior question, of vain Transcendence, an affable memory That ignores If the events happened Before or after Appearing as a memory.
Roosters
Whoever has seen the triangular Backside of the rooster And the elongated neck That turns into the breast Doesn’t imagine its bones Mixed up and resting Over the years Awaiting the light That at night sets them apart From the others congregated In the sink Of the cow or the lamb.
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Bones
Whoever has eaten On a daily basis their food And separated the bones In all likelihood without realizing it, Whoever has eaten their food Every day, separating the bones Without remembering the rooster Or the other animal In all likelihood without realizing it Receives, like a sudden blow, The surprise When he observes the ossuary That sleeps in the kitchen, the heart Of the sink like a well Of indefinite depth And silhouettes without form Faintly exposed by the moon
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Roosters
No one was capable of imagining The bones mixed up In the jumble Neither could the one who ate see From the edge of the cockpit The future, which awaited the rooster Even if its eyes, livid, Were already accustomed to Drawing the diagonal, two points Of equal brilliance Like marks from similar pencils On a white sheet of paper
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Bones
Whoever has seen the rooster’s Neck turn into bone After knowing it erect Or palpating Isn’t going to believe When he finds it broken And disarmed In individual links Half hidden Among bigger bones And whiter ones taking A nap in the bone yard. On occasion, when eating rooster One imagines that something solid Pierces a gum Firm like a new tooth Searching for its place At first it believes That it’s a neck, for example, A vertebra sunken In the insatiable mouth When in all reality it’s The memory of the spur That missing, continues to cut
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Roosters
The emptiness of the plate And the bones waiting Reminds one of the silence Of the rooster When it thinks and doesn’t suffer Concentrating on its things In the darkness Not hungry Staring firmly Ready to fulfill the oath Of suppression Thrown at it since times past. Nonetheless We will never know what it is thinking The rooster, when deep In its own anxiety The animal forbids its eyes From being seen It makes no movements It obliges us to retreat from Its sight, leaving it At peace to think Or whatever
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Bones
Someone who holds the edge Of the plate in the sink And sees the bones From one side or another, the narrow side Barely, or the thick one Rising and falling Like a plain Of quiet slope Remembers the taste of that meat And the abrupt confusion When he couldn’t figure out if it were rooster Body, cow, in any case The threshold, the soft bone That becomes a skeleton When it stops eating
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Roosters
The rooster is one of those animals Whose body gives away The true form of its bones. When we see its tail Too feathery Like an erect flower Or like a stiff stream of liquid We also see the backbone Bent over and its vertex Where the protuberance Timidly appears. Many times one thinks That the weariness of the rooster Is like The weariness of someone Who at night Arrives to the kitchen dragging his feet And dumps into the sink The warm and gnawed on bones With no traces of meat So they can pile up there and rest
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Bones
Nevertheless The weariness of the rooster Isn’t linked to Anything evident It’s prior to the oath and precedes The torture Of not being able to see anyone Without going mad. If in this body there is a remainder It stores itself silently It is in each spur where The roosters hold Morals that nevertheless Are useless to them In the end they cease breathless That reserve Knocks them down much before The fight, even though some May realize it too late And others may not realize it
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Roosters
When one has the dark Meat on the plate One knows That the bone is hiding Waiting for something hard Metal or tooth To mark and ignore it. And when one swallows The leathery meat One feels that one’s mouth Struggles with a heavy body Not one’s own, which always Suffers and transports But the rooster, still Smaller Than what it has been Up against the world while It was whole Now under the guise of a mouthful Of unusual and increasing weight
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Bones
Often, when the rooster In order for its thoughts To evolve Requires the blackest darkness That can be found It stands out in the midst Of the air, erect In the night The luminous neck of the animal Stretched out, shining suddenly And at the same time vivid Like a surprise stain. If someone meditates On the supports of this long Back, he intuits The inert bones, the miniature Vertebra of skeletons Converted into pebbles, among Larger pieces, when They rest together in the nocturnal Silence of the sink
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Roosters
Before closing its eyes The rooster shakes its comb For the last time With a slight trembling, hardly Visible to those who observe From the edge of the cockpit And only those who are Thoroughly familiar with the situation detect it. The rooster’s eyes form The famous diagonal, the beak Turned downward Like a long, defeated tusk Embedded in the cranium, it imposes With its dead weight The inclination that its eyes will have. Compared with that of cows And lambs The gaze of the rooster is much More chaotic On occasion one is surprised Staring at a rooster And one thinks of its slight Size, of its obsession With semidarkness and isolation Of its blind rage, revelations Too big For its meager weight And the lightness Of its bones
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Bones
Years of accumulating in the sink A jumbled mass Of bones forgotten Except for the dark ones Which before were hidden In the meat or the animal. Whoever contemplates the skeleton Beneath the nocturnal light And observes the iridescence that covers it Like a runaway stain, knows That that is the future And he supposes That the animals The roosters included At some point in their lives Will have thought That there are hardly any hopes For our bones. Silence will take over the kitchen The ossuary will abound with reflections Beneath the sticky light Of the starry night That draws itself with the same pencil
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Roosters
A distant tongue is needed To explain The novelty of the rooster When in the sand it remains still Without moving While only its neck palpitates. Little time will go by Until its eyes can trace The diagonal, the shortest And invisible line That ends on the ground Signaling the final desire Of the animal, it’s deserved And weak longing A whim with no strength. It’s just that the last wish Always wavers The effort is always imperfect And the wait confusing: who will understand How to understand the rooster In its last moments So that the animal doesn’t feel That is has died with time To spare Without anyone waiting for it And at the same time with anticipation
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Bones
Whoever lingers in the kitchen To contemplate the bones The mound Of white pieces, gray A viscose color, or rusty And of various weights, sizes, Forms and different densities Will see the parts Of the dead roosters Later eaten Just like the cows, the lambs And other sacrificed animals Each one with its distinct color Also, one supposes With his own particular desire And one will think that the bones Have divorced Without god watching over, sheltering Recognizing. Later the aftertaste of the meat Will arrive And the memory of the bone Will charge at the gums Like a furious rooster
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Roosters
But in the long run Memory is hazy The rooster makes that clear Its breath edging toward oblivion The well of bones Where its back, defenseless Is confused With other broken pieces And its arms open Attempt to surround Unsuccessfully the jumble And in that embrace Which lacks a stronger sign Trace, weight or recollection To restore life. When it is nighttime in the kitchen And the clarity of the moon Shines in through the window One thinks of his provisions So ancient and then Of the leftovers just barely illuminated By a match Revealing like a useless symbol The little bit of life conserved
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Bones
The animal has left Neither the shine, nor the silence Remain in the house Not even the thought More or less crazy That someone perceived In the awareness of the rooster In the firm stare Of its shining eyes And its rigid body. To say that the skeleton Is proof, or to say That it’s the devalued remainder Is to highlight the evident Something more can be said But it’s little, barely The hypothesis about life That the rooster demands In order to trust memory As if another being From the bottom of the jumble Or mixed in with the night-time Light, were to shelter it And tell it: you are the same There is no difference I recognize you That is your mark
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Roosters
When one looks at the rooster From the edge of the cockpit The dark ground Which sooner or later Will bear the head With the neck most likely Broken, one thinks That the earthen floor Awaits prepared Like a carpet whose secret Trace, also worn Encourages the fight Then the fear or the alarm And soon after The fall of the arms The end or the desertion. Barely touching the ground The rooster notices That the uproar rises It pauses at the spurs And quickly reaches the eyes Where it concentrates on the gaze It becomes lethal As if soulless Thus it lives on, it doesn’t even tolerate Itself Until the carpet Once again receives the gaze When it burns out And the eyes linger Sketching the diagonal
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Bones
Whoever has seen the fog That arises from the bones Disintegrate in its colors Of yellow and white, Whoever has seen disintegrate The smoke that arises from the bones In its colors of yellow and white Perceives the albatross Of the nocturnal luminosity That lights up The vapor previously contained In fissures and cracks When it is liberated. In the kitchen, the sink Is like a funeral cluster The silenced bone pyre Smoking effortlessly Also mute, waiting For the breeze to clear Waiting to anticipate oblivion. The adored neck Of the rooster presents itself Then Like a small interruption Of the relentless time Of bones It’s remote past Proof without mark A trivial pause In the gaze or some gesture Arrested Without greater consequence
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Roosters
If someone arrives To the kitchen drained Dragging their feet Bearing with difficulty The leftovers With the few bones that remain From the last meal And leans over the sink To empty the plate This someone with gums lacerated From the rubbing of the meat Will think of the hidden Names of the roosters Some names that most probably They ignored And yet they knew. Because one presumes That the rooster understands The word “I” The word “he” In any event the word “not-I” Or the word “not-he” And that upon pronouncing it The animal doesn’t speak, it only thinks About the act that immediately Will give a name to its body An anticipated name That brings forward the action Already exceeded once carried out And therefore the animal is Driven To find another name That might baptize it Announce it and justify it
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Bones
One thinks facing the sink That the name now Is just “bone” And contrary to what happened During the real Past life It will continue being Even though the light may change The night may end Or at some point New remains of the rooster May stop arriving The roosters look for A permanent position To lie in wait and think They don’t tolerate their own breath They dream of their own bones They know that darkness Would be something Nearing nothing Without a window For the moon to shine through And they give in To the next thought Like a clock that advances
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